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LA OPINADORA
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05 de Noviembre, 2008 · General

LOS HIJOS PADRES

Llega un momento de la vida, en que indefectiblemente, nuestros padres, se vuelven nuestros hijos.

No por el hecho de que estén económicamente a cargo nuestro, ni tampoco si llegado el caso una los baña, cambia y da de comer.

Simplemente se intercambian los roles: una los reta, los cuida, les dice que comer y que se abriguen si hace frío.

En resumen, ahora tengo una nena de 77 años, que habla hasta por los codos, sea oportuno o no.

Hace poco se le puso que la suegra de mi hermana necesitaba (tanto como los humanos al aire) una procesadora de mano, comúnmente conocida como “mini-pimer”. Y que mejor ocasión, que el cumpleaños de la misma para hacerle el obsequio.

Debo aclarar que la suegra en cuestión solo utiliza algunas de las hornallas de la cocina, y su especialidad es la costeleta vuelta y vuelta con un huevo encima, no estamos hablando de la reencarnación de Doña Petrona.

Asunto es que partimos a comprar dicho electrodoméstico.

Fuimos a Meroli Hogar, casa central.

Casa que primitivamente era pequeña, los empleados gente amable, que se tomaba el tiempo necesario para endosarte lo que necesites, o no, y por sobre todo, personal que a la tercera vez de atenderte, te identificaba de por vida.

Creció de tal manera, que tienen doscientos departamentos de cada artículo, la atención es por uno mismo, y los empleados rotan por las sucursales que han ido abriendo, o sea.

A ese escenario llegamos mi madre y yo. Me dirigí a donde supuse vendían las mini-pimer e hice yo de vendedora:

 

- ¿Esta te gusta mamá?, decía yo mientras iba sosteniendo los distintos modelos, que más o menos, son la misma cosa.

- Mmm, no sé, ¿cuál es la más completa?

 

No se para que quería “tan completa” una cosa que va a terminar de porta repasadores.

 

- Quizás esa otra sea mejor, señalaba la dulce ancianita con su bastón a una procesadora con  juguera que estaba en otra góndola.

 

- Cuánta veces te voy a decir que no levantes así el bastón, podes pegarle a alguien.

 

 

Al terminar la frase me di cuenta que estaba retando a mi propia madre como si fuera una nena, mi nena, de 5 años. Lo peor del caso, es que también caí en cuenta que lo hago habitualmente.

En eso se digno a atendernos un vendedor, el cuál no fue de mucha ayuda porque él esta en informática.

 

- ¿Sabe una cosa? Nosotros con mi marido, comprábamos todo acá; -primera vez que mamá hacía el comentario.

 

Después tuvimos un desfile de vendedores a los cuales por supuesto, que les comentaba mi santa madre???? Si, adivinaron: que ella con su marido compraba todo ahí.

Los muy sotretas la miraban con gesto de “y a mi que corno me importa”, nada les costaba decirle, ni más no sea por cortesía un “ya me parecía, le veía cara conocida.

Por fin se decidió y termino comprando la que vimos en un principio. Ahí comenzó la peregrinación para llevarse el bien adquirido: en un lugar te dan la boleta, en otro te cobran, en otro te dan la garantía, pasos mas adelante lo prueban para ver que funque y metros y hartazgo mas tarde, lo podes retirar.

Mientras esperábamos el bendito aval, se sentó junto a una señora que tenía una beba en brazos y su hijo que corría carrera de obstáculos con los objetos de exhibición.

Obviamente, mamá entabló conversación con la señora. En diez minutos no sólo sabía el nombre de la beba y su edad (preguntas frecuentes al toparse con un infante) sino también cuanto pesaba al nacer y en este momento, si dormía toda la noche de corrido o salteado, la diferencia de edad con el hermano, etc, etc, etc.

Quedé azorada frente a ese interrogatorio. En un momento, no tiene mejor idea que preguntarle cuán baboso estaba el flamante padre por la flamante hija. La mujer (que no se para que entró en detalles) le dijo que sí, aunque él, estaba obsesionado con un varón.

 

- Pero, si ya tiene un varón, ¿Por qué tanta idea fija?

 

La señora se le acercó para no hablar alto y le explico que el nene no era de él, sino de ella sola, de antes, con otro padre.

 

Los minutos se me hacían eternos, estaba al borde de irme sin la garantía, sin la mini-pimer y sin mi vieja.

Justo cuando un hombre se acercaba a donde estábamos, mi mamá, que estaba dispuesta a llegar al fondo de este intríngulis, le pregunta: “¿cómo se lleva el niñito con su marido, lo acepta él?”

La mujer puso cara de “tierra trágame” porque el señor que se acercaba venía siendo el mismo del cual mi mamá hablaba.

Ahí interrumpí no se con que gansada, pero pude apreciar la mirada de agradecimiento.

De más esta aclarar que todo el camino de regreso reprendí a mi nena/madre, que realmente espero, se porte mejor.

 

 

publicado por laopinadora a las 20:57 · Sin comentarios  ·  Recomendar
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