La madre de las desilusiones es cuando una deja de usar ropa que tradicionalmente le entraba para empezar a acudir a esa que antes le quedaba grande.
Cuando una pretende ponerse la primera, viene el ataque, y después de subirse a la báscula, viene el infarto múltiple.
¿En que momento sucedió? Recuerdo cuándo, como y con quien perdí la virginidad, pero no se cuando perdí la cintura.
Creo que ningún varón ha causado tal desilusión en nuestras vidas, como aquel jeans del demonio que se opone rotundamente a cerrar el cierre, valga la redundancia.
Y ni hablar de esas remeras delatoras de modal que te marcan hasta la respiración.
Luego viene la añoranza “Pensar que si no me hubiera comido esos lomitos, y esas empanadas árabes”. En realidad “Pensar si no hubiera aprendido a masticar”.
Pero ya es tarde. Las adiposidades han tomado nuestro cuerpo. Han tomado como rehén nuestro trasero y bajo ninguna negociación piensan marcharse.
En ese momento crucial decidimos ponernos a dieta.
Atestamos la heladera y alacenas de todo aquel producto que diga “Light” “Diet”, su envase sea verde, o al menos insinúe un “coma sin culpas”.
Retomamos planes de gimnasia, aunque estamos seis semanas en “proceso de adaptación”. Dicho proceso son tres vueltas en bici y dos abdominales.
Aclaremos que el problema no es de ahora. Viene de cuando nuestra representante sindical era Eva.
Le dijeron “Serás mujer…bella. Siempre joven, frágil, casi etérea”.
La muy zopenca no leyó las letras chicas del contrato, donde aclaraba que para eso había que hacer más de tres vueltas en bici, padecer hambre en extremo y usar cuatro cremas distintas en todos los usos horarios.
Pero no os desesperéis, mujeres argentinas, gorditas del cono sur, no derraméis lágrimas en vano, que por deshidratación no bajareis un gramo.
Bajo ninguna circunstancia una debe caer en el anuncio de “viene el verano”, como si acaso no lo hiciese todos los años en la misma fecha.
En Octubre, Noviembre empieza la tortura de la probada de malla. Si es en la casa de una, como único testigo al cruel espejo y al ventilador de techo, todo bien.
Ahora, si el testigo en cuestión es esa resentida vendedora, que seguramente, no gana a comisión, estamos perdidas.
Deberían erradicar por completo a esa raza de espías que te abren sin reparo alguno la cortina con su “¿y, como te queda?”, pensando en realidad “¿te queda?
Una ingresa a un cubículo de lo mas incomodo, con luces que distoricionan, queramos creer que el espejo también, y ahí es cuando empieza la batalla campal con la prenda de turno.
Por eso chicas, mi consejo es, aceptémonos como somos, saquemos lo mejor de nosotras, y si es posible, sin volvernos locas, la zapán también.
Basta de secarnos la cabeza con esos tres meses del año, porque lo importante en realidad, es cuidarse, pero de adentro hacia fuera.
